Hace cerca de dos años el tremendo golpetazo que le propinó la vida lanzó su cuerpo a miles de kilómetros de la normalidad y le dejó completamente conmocionado justo en medio de la nada. Creo que a tan solo unos milímetros de un horrible precipicio. Pero se libró. Desde entonces Ángel camina con tranquilidad exquisita y tesón renacido de vuelta a casa. Ayer estuve con él en un taller de reparaciones de lesionados cerebrales, una especie de gimnasio para fortalecer la masa muscular del ánimo y entrenarse a fondo para recuperar el aliento robado. Los monitores se empeñan en hacerles el boca a boca a las extenuadas conexiones nerviosas de los pacientes y a la vez engrasarles las bisagras del alma, mientras éstos retuercen sus cuerpos endiablados para enseñarles por la fuerza a revivir. Un lugar maravilloso en el que, nada más entrar, llama poderosamente la atención esa intensidad con la que, en medio del silencio, se perciben los latidos de la emoción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario