Volver a la página principal

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Muy Ángel

Estuve haciéndole una visita a mi amigo Ángel en el hospital donde trabaja en la recuperación de un traspiés vital, una de esos golpes bajos del destino de los que cuesta zafarse. Reconozco que me acerqué ya asustado al centro sanitario y que una vez allí me iba encogiendo más y más al dirigirme por aquellos pasillos que irradian solemnidad y huelen a trascendencia hacia un objetivo lleno de interrogantes, al que tienes que aproximarte guiándote por carteles implacables que señalan la dirección  de un destino que impresiona: “Daños cerebrales”.

Posiblemente sea una imperdonable herejía o cuando menos una falta de decoro decir abiertamente que lo encontré muy bien. Pero lo digo. La delicada situación que atraviesa y las enormes limitaciones que condicionan su actualidad no son suficientes para empañar la transparencia de su mirada cristalina ni para desdibujar un ápice su autenticidad. Sigue siendo muy Ángel éste que nos recibe ahora en la silla de ruedas, incluso es más Ángel si cabe, diría yo. Es verdad que solamente articula algunas palabras de difícil interpretación y que tiene una movilidad muy mermada, pero mantiene intacta su insaciable curiosidad, las ganas inacabables de aprender, sigue con la misma inquietud por empaparse con el entorno, continúa interpretando con acierto lo que sucede a su alrededor y reacciona con la misma celeridad que antes a los estímulos sonoros y visuales. Dentro de la seriedad habitual que le caracteriza desde siempre y con las dificultades incuestionables para hacerse entender, tiene golpes expresivos irónicos, derrocha simpatía y sonríe con la misma franqueza de toda la vida.

Las cuatro personas que estábamos con él nos despedíamos al finalizar el tiempo de visita. Sus primos, yo y finalmente su Anita le dimos un abrazo. Él, tras este último, le hizo un gesto con la mano izquierda a Ana para que se acercase y cuando se aproximó para escucharle le dio un beso. Pensamos inicialmente que era eso lo que quería pero, no conforme, volvió a repetir el mismo gesto y ella volvió a acercarse. Esta vez Ángel le plantó un besazo en los morros. Tras el lance, pletórico, miró a las enfermeras primero y después a nosotros, levantó al aire su mano izquierda uniendo el pulgar y el dedo índice en un inequívoca señal de satisfacción por el resultado conseguido y nos dedicó una sonrisa amplia, mirando orgulloso y con cierta chulería torera a los que alrededor de su silla esperábamos expectantes el desenlace de la secuencia.   

lunes, 26 de septiembre de 2016

Escribir para existir

Preparábamos ilusionados un viaje en bicicleta por el Danubio. Enfrascados como estábamos en lo propio, mapas, alojamientos, recorrido y demás zarandajas, casi no reparamos en que nuestra amiga Chus llegaba con unos recortes de prensa. En un descanso y sin ganas de entretenernos demasiado, los miramos. Se los había pasado su primo Justo y por el título, ya que el autor no nos sonaba gran cosa, posamos nuestra atención en un reportaje de seis páginas, Viaje por el cauce de la melancolía. Estaba escrito a modo de diario, formaba parte de una serie sobre los grandes ríos del mundo y el autor, Ignacio Carrión, describía de manera íntima e intensa las sensaciones que su pluma iba descargando conforme avanzaba aguas abajo por este río especial. El resultado era una preciosidad de relato volcado directamente desde las entrañas, que nos dejó un tanto aturdidos e hizo crecer de manera instantánea nuestro interés por el viaje. 

Desde entonces ojeo cosas suyas para aprender porque desde entonces creo en Ignacio Carrión. Para mí -no cabe duda- es un gran pensador. En muchos casos me identifico con sus pensamientos y siempre me gusta cómo escribe lo que piensa. Una reflexión acerca de su pasión por la escritura concluye con una frase que hago mía y que, en buena medida, justifica el nacimiento de estos Encuentros con mi mirada. Dice así: “Escribir para mí es la única forma de salvación, no concibo otra. Creo que las cosas no existen hasta que son escritas”. Yo le creí (¿cómo no creer a alguien que sigue escribiendo con la misma pulcritud e idéntica dignidad incluso cuando camina a escasos pasos de la muerte?) y además, de rebote, no me parece un trofeo baladí eso de salvarse. Por eso me he acercado hoy hasta aquí. 

domingo, 25 de septiembre de 2016

Hoy puede ser un gran día

Estoy de enhorabuena. Me acabo de percatar. Hoy hace nada menos que 66 años, 3 meses y no sé si 8 ó 9 días que nací. Decía mi madre que cuando mi padre me fue a inscribir al registro, varias semanas después de que ella me hubiera parido, se confundió en la fecha y me registró como nacido un día más tarde. Detalle al margen, tanto si es con 8 o con 9 días, tengo el convencimiento de que hoy es una fecha importante, un día muy especial. Ni voy a cumplir más veces esta edad única ni es un mérito menor cumplir 66 años, 3 meses y 8 ó 9 días. ¡Casi nada! Por eso quiero festejarlo por todo lo alto, que todos se acerquen. Estáis invitados. Quiero que todo el mundo pueda estar a mi lado en esta fecha señalada. Hoy voy a abrir de par en par la ventana para contar lo que veo al asomarme al otro lado y para que todo el que quiera acercarse pueda conocer directamente lo que hay en el interior. 

Cuando uno tiene 66 años, 3 meses y 8 ó 9 días, mira hacia atrás y comprueba que ha realizado múltiples tareas y variopintas actividades para ganarse los garbanzos, desde ordeñar vacas, gestionar un periódico, fotografiar pies de bailarinas, vender biblias a domicilio o aguafuertes de Goya por las embajadas hasta publicar libros, acarretar ladrillos en las obras, hacer cuadros de nudos marineros, escribir artículos de prensa o importar chalecos antibalas. Sin embargo, mi actividad fundamental, en lo que he ocupado la mayor parte de mi tiempo, ha sido en la enseñanza. He dado clases incluso antes de dedicarme a dar clases. Si buscase la auténtica razón por la que he sido catedrático de Administración de Empresas pensaría en el azar y me encontraría sin remedio con mi padre. Un día me enteré que  le hacía ilusión y yo no he sabido ni querido negarle nunca nada a mi padre. 

Para los que no lo sepan tengo que aclarar que hace más de tres años que me he jubilado. Con un tono de optimismo y algo de chulería podría alardear de que estoy hecho un chaval pero el espejo y no pocas evidencias (arrugas, exceso de peso, canas, gatillazos cada vez más frecuentes y pastillas diarias para el colesterol, la tensión y el corazón), me aconsejan no presumir en demasía y aceptar que poco a poco me voy haciendo mayor. Con todo y con eso, mantengo el convencimiento de que aún me quedan muchas cosas por hacer, muchas plazas en las que torear, muchas páginas nuevas por escribir y muchas historias apasionantes por empezar. Y hoy (¡mira tú por dónde!) puede ser el mejor día para empezar a comprobarlo.