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lunes, 26 de septiembre de 2016

Escribir para existir

Preparábamos ilusionados un viaje en bicicleta por el Danubio. Enfrascados como estábamos en lo propio, mapas, alojamientos, recorrido y demás zarandajas, casi no reparamos en que nuestra amiga Chus llegaba con unos recortes de prensa. En un descanso y sin ganas de entretenernos demasiado, los miramos. Se los había pasado su primo Justo y por el título, ya que el autor no nos sonaba gran cosa, posamos nuestra atención en un reportaje de seis páginas, Viaje por el cauce de la melancolía. Estaba escrito a modo de diario, formaba parte de una serie sobre los grandes ríos del mundo y el autor, Ignacio Carrión, describía de manera íntima e intensa las sensaciones que su pluma iba descargando conforme avanzaba aguas abajo por este río especial. El resultado era una preciosidad de relato volcado directamente desde las entrañas, que nos dejó un tanto aturdidos e hizo crecer de manera instantánea nuestro interés por el viaje. 

Desde entonces ojeo cosas suyas para aprender porque desde entonces creo en Ignacio Carrión. Para mí -no cabe duda- es un gran pensador. En muchos casos me identifico con sus pensamientos y siempre me gusta cómo escribe lo que piensa. Una reflexión acerca de su pasión por la escritura concluye con una frase que hago mía y que, en buena medida, justifica el nacimiento de estos Encuentros con mi mirada. Dice así: “Escribir para mí es la única forma de salvación, no concibo otra. Creo que las cosas no existen hasta que son escritas”. Yo le creí (¿cómo no creer a alguien que sigue escribiendo con la misma pulcritud e idéntica dignidad incluso cuando camina a escasos pasos de la muerte?) y además, de rebote, no me parece un trofeo baladí eso de salvarse. Por eso me he acercado hoy hasta aquí. 

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