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jueves, 27 de octubre de 2016

Vuelve la peste


El desgobierno reciente había amortiguado el olor hediondo de las corrupciones múltiples que impregnaba nuestros últimos aires. Estos días no se notaba tanto. Gracias o por culpa del aroma a incapacidad que se respiraba cuando nuestros políticos se sentaban a dialogar sobre la forma de no ponerse de acuerdo para gobernar el país. Pero ya no se oye ruido de sables en la calle Ferraz y los socialistas y España respiran tranquilos porque al fin Rajoy puede ser de nuevo investido presidente. Ahora que ya el miedo a los desastres nos ha dejado un resquicio recuperamos el vértigo. Y vuelven a emerger los malolientes efluvios, reaflora el Bigotes, la Gürtel, Correa, las black, Bárcenas, ... Es agotador. Revivimos inmersos en la misma charca de fango. Más ratería, más corrupción, más villanos. ¡Qué peste! Una maloliente putrefacción de valores, una irrespirable mugre ética contamina otra vez el ambiente y amenaza con asfixiarnos. De un tiempo a esta parte vivimos inmersos en una apestosa guarrería moral. Periódicamente vuelve y revuelve una exhibición impúdica de pillería. Se ha agotado la normalidad, se acaba la bonhomía natural y los  mamarrachos de la desvergüenza abren cada día un poco más las espuertas de la inmundicia pestilente. El patio de la vida cotidiana se inunda de desconsideración y de falta de principios. Y el hedor se hace irrespirable. Nos vemos enlodados gracias a un tropel de truhanes que por oleadas salen de su madriguera.

Habría que apagar de una vez el fuego. Entre la ciudadanía se vive una sensación de hastío, el convencimiento de que todo es fango, todo es falso, todo apesta. Sin embargo, vamos ahora a dar un nuevo paso para inaugurar la misma política. La corrupción ha tirado del caballo a Rajoy pero ha  conseguido que le recolocasen los pies en los estribos. Y ha podido remontar.

El miedo paraliza, todos lo saben. Por eso le ponen música durante las campañas electorales y lo difunden a los cuatro vientos. Son conscientes de que así pueden apagar un grito desesperado, impedir que se apodere del horizonte, que desgarre. Con todo y con eso, nadie aguanta eternamente el mal olor. Solo un "hasta aquí hemos llegado" tiene que frenar la degradación continua. Una intragable advertencia de hartura es lo único que puede lograr que el aroma pestilente desaparezca del mapa. Hacen falta otros temperamentos, otras conciencias, otra gente más sencilla que crea y que ame. Lo demás ya es conocido. Y no gusta nada porque huele fatal.

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