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miércoles, 8 de mayo de 2019

Hacia el final

La niebla espesa, cruda, acentuaba el tono invernal en aquella tarde de una Navidad que ya se apagaba. Eso y la penumbra de la habitación impedían que destacasen unos ojos empequeñecidos y una palidez extremada en su cara. Mi madre le dio un beso y salió al pasillo con la mirada fija en las baldosas, mientras el médico manipulaba con gesto serio el aparato para contrarrestar la insuficiencia que se había hecho dueña de la situación. Dominaba la escena una respiración amarga, áspera, complicada. El oxígeno, en su lucha por abrirse paso hacia los pulmones los hacía llorar. Estaba claro que a mi padre se le estaba atascando la vida. Era experto en sufrir disimuladamente, lo sabía hacer. Al cabo de un rato Adrián, mi sobrino, le apartó con cuidado la mascarilla porque parecía tener prisa por decirnos algo. Balbuceando consiguió articular con absoluta claridad lo que quería decir, lo entendimos perfectamente: “Ahora ... ya me encuentro mejor”. Nosotros respiramos con tranquilidad y acto seguido se murió.

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